jueves, 25 de agosto de 2011

Una flor en el cemento

Roberto Cyjon

A México D.F.

Caminaba entre enormes montañas contaminadas, guardianas de un caos que a todo se impone. Innumerables vehículos circulaban frenéticos en ambos sentidos, aullando bocinazos agudos y estériles. A la noche, luces blancas y rojas fluían cual ríos sobre andariveles de calles enredadas entre túneles y puentes. A la luz del día, era posible ver infinitos rostros idénticos, sujetos impertérritos cada cual a su volante. Miradas rígidas, presas de un vacío que sólo aspira a llegar a un destino determinado.

Me detuve al ver un gorrión acurrucado entre las ramas de un arbusto callejero, paralizado por el temor al pretender sobrevolar la jauría mecánica. Yo también temía cruzar ante la amenazante embestida de la fauna vehicular agazapada tras el semáforo. Nos miramos fugazmente; no sé si él comprendió mis sentimientos. Me volteé rápidamente para observarlo por última vez. Emprendí mi audacia obligatoria. Debía avanzar. Él se mantenía estático.

Continué mi marcha anónima, tan carente de  identidad como la del resto de personas que convergían hacia y desde el punto infinitesimal en que me encontraba. No se percibía ninguna emoción en esa muchedumbre, salvo la ira contenida por la tardanza originada debido al tránsito, o sonoras maldiciones catárticas por cambios intrépidos de carril.

Profundamente herido por la ciudad, ignoré todo cuanto me rodeaba y me concentré en un pensamiento íntimo, encerrándome aún más dentro de una minúscula partícula de mi ser. Cómo lograr una calma placentera. Contra qué y quién luchar. Cómo naturalizar una sonrisa. Dónde encontrar una flor en el cemento.

Llegué a mi hogar, solo y fatigado. Encendí la luz y atemperé la oscuridad que se ahogaba tras la ventana. En el silencio reparador de mi refugio, desperecé mis músculos agarrotados. Observé las luces titilantes de edificios lejanos y amontonados bajo un cielo súbitamente ennegrecido, acuchillado por rayos estremecedores. Inundé mis sentidos con el aroma a café y canela de un capuchino, tan necesario para mi cuerpo como para mi espíritu.

Sonó el timbre y abrí. Su cara revivió al verme. Me sentí nuevamente humano al besarla. “Qué suerte que viniste temprano. Hoy te extrañé tanto que ansiaba llegar a casa. Traje estas yerberas de varios colores. ¿Bonitas, no es verdad? En cuanto las vi, sentí que las necesitaba.”- me dijo con ternura.

Hicimos el amor, ignorando las gotas impertinentes que salpicaban ruidosamente el afuera impersonal y cruel.




ROBERTO CYJON es uruguayo, padre de tres hijos y abuelo de tres nietos. Es ingeniero, empresario, activista comunitario y escritor de narrativa ficción. Ha publicado dos libros de cuentos y dos novelas: De leyendas y acantilados (la decisión de Sara) (1999), Maldita sea (2001), Flaco, yo me saco el pasaporte (2003)  y Marcados para siempre (2006).

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