Fernanda Hopenhaym*
Este es un período crucial para la joven vida democrática
mexicana. Son las terceras elecciones presidenciales desde que, en el año 2000,
ganara la alternancia luego de 70 años de gobiernos del Partido de la
Revolución Institucional (PRI).
Nos encontramos frente a un panorama complejo, con
múltiples variables en juego difíciles de desentrañar hasta para los más finos
analistas. De los cuatro candidatos presidenciales, tres representan las
fuerzas políticas más grandes del país y uno (Gabriel Quadri de Nueva Alianza) se
erige en nombre de un pequeño partido que tiene sin embargo por detrás un
sector de gran relevancia por su capacidad de influir en la política mexicana,
como es el sindicato de maestros encabezado por Elba Esther Gordillo. Por
primera vez hay una mujer en la contienda, la representante del Partido Acción
Nacional (PAN), actualmente en el gobierno, Josefina Vázquez Mota. Ésta se
disputa el segundo lugar en las encuestas con Andrés Manuel López Obrador,
abanderado de las izquierdas, quien fuera Jefe de Gobierno del Distrito Federal
del 20o0 al 2005, cuando renunció al cargo para constituirse en candidato
presidencial en las elecciones de 2006, cuyos resultados impugnó
prolongadamente. Quien lleva la delantera según las encuestas es Enrique Peña Nieto,
el candidato del PRI, ex gobernador del Estado de México y personaje polémico
por su vinculación con algunos de los políticos más cuestionados del país.
¿Qué representa cada uno de ellos?
De manera curiosa, Josefina Vázquez Mota, del partido
oficialista y ex funcionaria tanto de la administración actual (como secretaria
de Educación) como del gabinete anterior (como secretaria de Desarrollo
Social), se presenta a sí misma como una opción distinta, portadora de cambios
beneficiosos para el país, como si su partido no tuviera que ver con la
situación que vive el México de hoy. Abunda asimismo en la utilización de su
ser mujer y madre para ganar simpatías y mostrarse diferente. Siendo una economista preparada, con experiencia en el
poder ejecutivo así como en el legislativo, no ha logrado avanzar en las
encuestas. Se encuentra además en una situación muy particular respecto de sus
correligionarios, cuando el ex presidente Vicente Fox (PAN, 2000-2006) apoya
abiertamente al candidato del PRI y el actual presidente Felipe Calderón (PAN,
2000-2012) demostró en su momento una contundente preferencia por otro de los
pre-candidatos dentro de la contienda interna de su partido. Es como si Josefina, como la llaman en todos los
medios, estuviera dando pelea no solamente con los presidenciables sino también
con sus colegas del Partido Acción Nacional.
Por su parte, Andrés Manuel López Obrador, el candidato
de las izquierdas unidas bajo el lema de Movimiento
Progresista (con el Partido de la Revolución Democrática-PRD como principal
fuerza), ha sido un personaje que despierta pasiones encontradas. Luego de su
derrota en 2006, de la que aún hoy se cuestiona en algunos sectores la
existencia o no de fraude electoral, AMLO perdió popularidad entre muchos de
los votantes, y hoy en día se encuentra segundo o tercero dependiendo de qué
encuestadora se trate. Si bien cambió su discurso combativo por un lenguaje de
reconciliación y se presenta a sí mismo como la única opción para lograr un
cambio verdadero en el país, no ha logrado convencer a las masas. Se ha visto de
alguna forma beneficiado por el movimiento #yosoy132, compuesto de estudiantes
universitarios de todo el país, nacido en rechazo a la presencia del candidato
del PRI en la Universidad Iberoamericana y a las posteriores acusaciones por
parte de ese partido de que no se trataba de estudiantes genuinos sino de
“acarreados” del PRD, y que exige la democratización de los medios y la
difusión amplia de información para unas elecciones más transparentes. Sin
embargo, quizás haya desaprovechado la oportunidad de montarse a ese caballo y
cabalgar con los jóvenes hacia el triunfo el próximo 1 de julio. Parece que se
ha perdido el impulso que lo acercó a Peña Nieto en algunas de las encuestas
durante un par de semanas, a pesar de que ha presentado un potencial gabinete
con algunos de los mejores talentos de México.
La historia de Peña Nieto es también particular. En su
administración en el Estado de México los feminicidios y otras formas de
violencia aumentaron, así como la pobreza extrema, y no obstante el PRI aplastó
estrepitosamente a los otros partidos en las elecciones estatales ganando
nuevamente la gubernatura. Se le ha visto cercano a ex líderes como Carlos
Salinas de Gortari (sospechado de fraude electoral en 1988 donde ganó la
presidencia de la República, entre otros delitos) y Arturo Montiel (ex
gobernador del Estado de México y acusado de enriquecimiento ilícito y
corrupción). ¿De dónde proviene su popularidad entonces, que lo coloca al
frente de esta carrera electoral de manera tan contundente? Hay varias
hipótesis. Por un lado, lo que algunos analistas han llamado “la trampa de la
nostalgia”, que lleva a los electores a añorar los tiempos en que el PRI
gobernaba el país dada la situación de violencia e inseguridad que
experimentamos hoy, sin valorar otros aspectos negativos de las administraciones
priistas, como la corrupción y el autoritarismo, por ejemplificar. Es además un
hombre joven, ambicioso, casado con una actriz de telenovelas (cuya boda de
cuento de hadas fue seguida de cerca por muchísimos mexicanos), que representa
de alguna manera los intereses de la clase media aspiracional, que es bastante
popular entre los sectores menos educados y que parece dar tranquilidad a
quienes tienen mayores privilegios.
Así las cosas, hay otros factores que complejizan aún más
el panorama. La fiabilidad de las encuestas se ha puesto en cuestión ya que se
han presentado resultados sumamente divergentes entre una y otra empresa
encuestadora, lo cual ha hecho sospechar a más de uno de que se ven
influenciadas por intereses políticos particulares. Al mismo tiempo, hemos sido
testigos de dos debates oficiales organizados por el Instituto Federal
Electoral que, si bien con algunas diferencias entre el primero y el segundo,
tuvieron formatos rígidos que limitaron la capacidad de los candidatos de ahondar
en sus propuestas y de realmente debatir entre sí. En muchas ocasiones se
aprovechó los escasos minutos para descalificar a los otros contendientes. La
transmisión del primer debate, además, fue voluntaria, lo que llevó a alguno de
los medios con más alcance a optar por poner al aire otros programas. El
segundo debate oficial fue transmitido en cadena nacional, en gran parte como
consecuencia de la presión ejercida por los estudiantes del #yosoy132, quienes
además organizaran en días recientes un debate no oficial al que asistieron
todos los candidatos excepto Enrique Peña Nieto. Allí, el formato permitió
mayor fluidez y la incorporación de preguntas específicas por parte de un
importante número internautas, que fueran recogidas por los organizadores. Sin
embargo ninguna televisora trasmitió este evento, la señal de internet se
saturó por el gran interés despertado en el público, y solamente algunas
estaciones de radio lo pusieron a disposición de sus escuchas. De cualquier
forma fue un momento importante en la vida democrática del país siendo la
primera vez que se concretó una iniciativa ciudadana de este tipo.
¿Qué esperar el 1 de julio entonces? Si bien la tendencia
ventajosa del candidato priista pareciera no tener marcha atrás, la contienda
no está cerrada aún. Si consideramos los cuestionamientos a las encuestas y las
proclamas de uno u otro candidato/a sobre sus avances, además de toda la
complejidad del paisaje electoral, las posibilidades todavía están abiertas. Lo
más importante será, como ciudadanos, vigilar que las elecciones sean limpias,
salir a votar, y continuar apoyando las acciones que fortalezcan la joven
democracia en México.
*Fernanda Hopenhaym es Licenciada en Sociología por la
Universidad Católica del Uruguay. Egresada de la Maestría en Estudios
Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Investigadora y consultora.