Fernanda Hopenhaym
La economía internacional en la actualidad se caracteriza por la internacionalización de los procesos de producción, teniendo como agentes centrales a las empresas transnacionales. Éstas son las principales portadoras del cambio científico-técnico que determina las tendencias económicas a nivel global.
El concepto de competitividad, tan difundido en el léxico económico contemporáneo, se convierte en un asunto central para las empresas, quienes tienen la necesidad de, no sólo ganar cada vez más cuotas en el mercado, sino también de sostenerlas en el tiempo. Una mayor competitividad es reflejo de una mayor productividad y eficacia, es decir, de aumentar las ventajas derivadas de las características de las empresas. Entre esas características podemos señalar la capacidad innovadora, la incorporación de nuevas tecnologías y la capacitación permanente de su capital humano, lo cual tiene como consecuencia una especialización mayor.
Este contexto nos podría llevar a cuestionar el rol de los Estados dentro de estas dinámicas, dada la impronta cada vez más influyente de las corporaciones. Sin embargo, las políticas económicas implementadas por los mismos determinan en última instancia la posición de los países en el sistema económico internacional. Es por ello que resulta fundamental el impulso que estos dan a la Investigación para el Desarrollo (I+D), tal como veremos a continuación.
La investigación suele distinguirse en tres tipos (1): la básica (destinada a la producción de conocimiento científico que no está necesariamente orientado a un fin o aplicación práctica específica), la aplicada (centrada en trabajos que tienen una finalidad práctica concreta, los cuales en general parten de la investigación básica) y la investigación para el desarrollo o I+D (que se basa en la aplicación de las investigaciones anteriores para la innovación, es decir, para generar nuevos productos o procedimientos y para mejorar los ya existentes).
La investigación básica se realiza típicamente en las universidades o centros de investigación y producción de conocimiento, y se podría definir como un bien público que necesita, por tanto, de la inversión pública para mantener un nivel de producción suficiente y de calidad. En las otras dos categorías, sin embargo, la producción se da principalmente en el ámbito privado, partiendo generalmente de la iniciativa de empresas que buscan innovar. Sin embargo, todos estos avances en el campo científico-técnico son de suma relevancia para el crecimiento global de la economía del país, con consecuencias positivas como la menor importación de tecnologías, mayor productividad y eficiencia de los sectores productivos, exportación de conocimiento, entre otras.
Es por ello que resulta clave la intervención del Estado en la esfera de la investigación, a través de inversión directa, subsidios, incentivos, en síntesis, una serie de facilidades que fomenten un desarrollo mayor del campo científico tecnológico del país tanto a nivel público como privado. Esto, junto con la inversión privada, constituye la fuente de la innovación. No obstante, no todas las posturas coinciden en el papel que debe desempeñar el Estado y la forma en que debe intervenir.
Steinberg (2) afirma que los defensores de la política comercial estratégica sostienen que el Estado debe ser activo en su rol, financiando la investigación a nivel de las empresas privadas, a la vez que creando centros de producción de conocimiento y aumentando su inversión en el ámbito público de la investigación. Esto sería un excelente incentivo para que el sector privado apueste a la innovación y ponga el foco en la I+D, lo cual puede redundar en mayor competitividad frente a las empresas extranjeras y por consiguiente en un crecimiento de la economía del país.
Un ejemplo exitoso de la intervención estatal en temas de I+D sería el fomento del gobierno estadounidense a la creación de parques tecnológicos como el Sillicon Valley, producto de la cooperación entre universidades, el Estado y empresas privadas. Otro caso sería la política de apoyo a la I+D realizada por el MITI japonés en las últimas décadas, lo cual ha permitido que sus empresas, con alta tecnología, se vuelvan sumamente competitivas y ganen grandes cuotas del mercado mundial.
Así, los Estados juegan un papel central en el desarrollo de la ciencia y la tecnología en sus países, la cual se puede aplicar tanto a las empresas (con todos los beneficios ya mencionados) como con el fin de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Además, un país con una importante producción en este sector es percibido a nivel internacional como poderoso, pudiendo mejorar su posición tanto en la economía mundial como en la constelación de las fuerzas políticas.
*Fernanda Hopenhaym es Socióloga, con vasta experiencia en investigación internacional. Egresada de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México.
1 Federico Steinberg, La nueva teoría del comercio internacional y la política comercial estratégica, Editado por Eumed.com, Madrid, 2005, p. 66
2 Ibidem, p. 67
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