miércoles, 26 de octubre de 2011

Chiapas

Linda Bucay

La caricia breve de un recuerdo
se acurruca tras los ojos
mostrándose como un sueño,
como un instante de luz despoblada,
como un tiempo ya sin nombre
tan perpetuo y tan ausente
como un mirar impronunciable.

Mi memoria descansa y se extiende
tras ese olor a hierba agitada
que invita a descalzarse,
a palpar el humus que amalgama
lo que respira, sangra y suda
lo que llora,
lo que ríe,
hermoso y fragmentado
en las arterias verdes de Chiapas.

Así la curva de tu espalda;
verdes que se concentran y se diluyen
mutando su densidad de selva en bosque;
cascadas que nutren tus dialectos,
y voces tiernas que te buscan
perdidas en la noche invertebrada.

Caminé tus tardes, Chiapas,
para memorizar la respiración de tus tejados,
para volver en ti y habitar tu insomnio,
tu orilla,
tu calma.
Pero pulsas tan lejos, Chiapas,
tan lejos y tan crudo
que eres laberinto incansable,
un paraíso ajeno,
un mural impenetrable.

Te quiero tocar
pero te tapas la cara con las manos,
te tapas las manos con la cara,
pues no eres sólo tierra de paisajes
eres también lengua dislocada,
mestizaje inconcluso,
una melodía que al gritar se apaga,
un ritual que florece y se desangra.

Aunque tu piel es un canto que persiste
más allá de la voz que te exhala,
eres un pedazo de sombra,
un niño que te juega,
una guerrilla en tzotzil,
cien lagunas que se colorean a sí mismas,
y marimbas que arrullan desde lejos,
lejos y verdes,
siempre verdes
Chiapas.






Linda Bucay es estudiante avanzada de la Licenciatura en Psicología de Universidad de las Américas, trabaja coordinando proyectos sociales, educativos y culturales para jóvenes. Escribe sobre adicciones en una organización dedicada a su prevención y tratamiento. Desde que su memoria le permite recordar, le gustaría entender cómo es que pueden existir cosas tan hermosas como la música o la poesía, que descansan sobre otras tan complejas como los seres humanos y la forma en que se relacionan.

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